Cuanto te envidio
Cuando estás en tu último año de carrera o máster son habituales las tan odiadas conversaciones sobre “qué vas a hacer el próximo curso”. A principios de año me encontré hablando con un chico sobre esto mismo y en algún punto de la conversación manifesté mis ganas de casarme pronto. Con su cara atónita comenzó un torbellino de preguntas donde le hablé de mi familia, de mis padres divorciados y mi dolor, de cómo descubrí en la Iglesia la posibilidad de un amor de pareja para siempre, cómo entendí la propuesta sexual de Jesús y cómo transcurrió la historia de amor con mi novio hasta ese momento. Al terminar mi monólogo el chico en cuestión me dijo: cuanto te envidio.
Sorprendería la cantidad de veces que después de explicar cómo entiendo yo la sexualidad y el amor a mis amigos estos me han dado respuestas semejantes. A día de hoy, y como afirma Bauman, “cualquier compromiso a largo plazo (y mucho más un compromiso eterno) […] se desdeña como algo repulsivo y alarmante”1 . ¿Por qué? Pues porque, según dicen, esto te corta la libertad.
Entonces se juntan en una misma persona el profundo anhelo de amar y ser amada con el deseo de no comprometerse, y el resultado son personas y familias completamente rotas. También aquí los cristianos estamos llamados a ser sal y luz pero desde una propuesta verdadera. No se trata de lo que no se puede o debe hacer o de lo que es pecado, sino de lo grande que es el amor y cuál es el plan de Dios para nosotros y nuestra sexualidad. Porque lo cierto es que el sexo es muy bueno, porque Dios es muy bueno y Él fue quien lo creó. En y por el sexo es posible alcanzar la santidad porque el cuerpo es la visibilidad de la persona y en la entrega sexual se expresa un amor verdadero, único, exclusivo y para siempre. Optar por un amor así exige preparación y madurez, y quien no entiende esto tampoco entiende todavía lo grande y bello que es el sexo. Todos los jóvenes cristianos que conozco con novio/a queremos tener relaciones con ellos, pero algunos queremos algo aún más grande: a la persona que tenemos al lado. La queremos cuidar, proteger y amar para toda la vida, sólo a ella. Algunos podrán pensar que esto es compatible con tener relaciones sexuales pero lo cierto es que un amor para toda la vida exige una educación y preparación rigurosa en el noviazgo, donde entrenamos nuestro amor, compromiso, dominio propio y libertad para que cuando nos entreguemos para siempre lo hagamos de verdad.
1 Bauman, Z. (2007). Los retos de la educación en la modernidad líquida. Madrid: Gedisa, p.28
Artículo recuperado de:
Cons Rodríguez, C. (18 de julio de 2018). Cuanto te envidio. Revista 21: La revista cristiana de hoy. (1022), p.35